Mira que hacía frío anoche. Se apagaban los últimos estertores de un veintisiete de noviembre pelón y gris. Y en una noche tan cerrada fui a encontrar lo que buscaba y no sabía -no ya que iba a encontrar- sino que realmente lo necesitara tanto: un hermoso jardín. Ese en el quedarse a estar, en el que escuchar, en el que descubrir que tu propio cuento puede -a veces, sólo a veces y quizás- hacerse realidad.
En mi jardín hay un banco y en el banco hay colocado un secreto. Bien puesto, quizás algo solitario, pero a la postre resignado a existir. Allí me coloqué anoche, reclinado junto a mis dudas, mis preocupaciones, mi mal humor y mis problemas. También estaba mi paciencia, mi enojo y mi sonrisa; mi vientre malherido y mi boca sedienta.
El caso es que Légolas me brindó de nuevo la oportunidad de escribir esta crítica, que más que crítica es un cuento más, que más que un cuento es el mío, que más que mi cuento es un misterio, que más que un misterio es un milagro que alguien sepa contar tu cuento, que se lo haya inventado, que te lo haya robado de tus pensamientos, o simplemente que lo haya imaginado como tú…
Aconteció anoche la tercera sesión de cuentos en el Naïf y repito yo como epiloguista, rubricando con mi mordaz pluma un trabajo lanzado al aire, tan injusto éste que a veces se lo lleva todo sin apenas dejar huella, sin aguantar una palabra entre sus vaivenes.
Paula Carbonell nos visitó con el bien pertrechado parapeto de los Légolas, desde sus raíces valencianas hasta sus ramas conquenses. Con esa tranquilidad primera y bien sosegada de quien resuelve una duda eterna al respetable: las casas de Cuenca son casas colgadas, no colgantes…
Después de ahí se apresuraron a surgir como siempre las historias: la de un sapo y su princesa con sueños de motera feliz; la de un rey y su parafranero que ansiaban juntos el amor de la reina; la de unos viejecillos que se deseaban como si del primer día se tratase; la de un rey al que salvar -aunque no sin reticencias- el culo; la de Ana y Luis que acabaron robando un rádar como si de una simple barbacoa se tratase; la del rey que tenía tres huevos -a cada cual más grande, bonito y armónico-; y la de muchas otras historias que sólo y, como siempre, llegan si las has vivido, si las has sentido dentro.
Si a los que estuvísteis anoche en el Naïf os digo que encontré un banco que a veces sirve para mirar y otras para pensar, seguro que no me imaginaréis como a un loco distraído… Se autodeclaran cuentistas, pero son algo más que eso: narradores tocados por una barita mágica para contarnos lo que todos una vez quisimos soñar…
Gracias a los Légolas por dejarme participar. Gracias a Paula por traerme mi banco. Ella es todo energía, vitalidad, derroche de ganas y de esfuerzo, emoción hasta el último verso. ¡Como sabe que me tiene ganado con las palabras!
Esta es mi no crítica. ¡Enhorabuena! Espero no perderme la última sesión. ¡Sigamos todos tras la pista de los cuentos! Cuando la encontréis, por favor, me lo decís…
Raúl Sánchez Plasencia
(Alcalá de Henares)