UN POQUITO DE MIEL EN LOS LABIOS
Me encanta cuando tras los avisos pertinentes se baja la iluminación del patio de butacas del teatro y el foco cenital deja el escenario tan vacío y tan lleno a la vez, y entonces aparece el narrador o la narradora. En este caso la narradora, Maricuela. Ella salió por el lateral con paso firme y con la seguridad de saber a dónde iba. Aplaudimos. Debo reconocer que hice trampa, creo que fui yo quien provocó el aplauso, no podía dejar que pasara lo del día anterior, que me incomodó bastante.
María Molina, Maricuela, nos hizo pasar una velada de lo más agradable, nada más salir a escena parece que se deja querer, con sus historias, con su cuerpo delicado, y con esa voz a veces aguda, a veces maña, con la que transita por el histrionismo más exacerbado o por la ternura más dulce. Historias que parecen querer conducirte hacia un desarrollo y un desenlace como muy esperado y que en el último momento dan ese giro inesperado, que sorprende o que te deja un poquito de miel en los labios.
Por lo escrito anteriormente pudiera parecer que me gustó la sesión al cien por cien, y debo decir que no fue así, que salí con un sabor agridulce, más dulce que agrio, eso sí. Me desconcertó que su hilo conductor fuera el paso del tiempo, o así yo lo entendí, y que este paso del tiempo estuviera ligado a unos territorios o regiones de los “sanquete”, no sé si lo escribo correctamente. Me parece que una de las dos cosas sobran. Bueno pues eso, que me resultó una mezcla extraña. Y ahora, con posterioridad, me hace cuestionarme cómo se encontró ella en escena. Sea como sea, el trabajo de Maricuela fue un buen trabajo, pero raro, al menos para mí.
LUCAS FONDÓN