Hay veces que conviene dejar reposar lo vivido un tiempo y
no seguir el tsunami de la inmediatez que nos imponemos. Y quizá más en estos
tiempos anormales o normales en los que contar y escuchar cuentos ha de vivirse
de otra manera.
Nuestro espectáculo “Pon gallinita, pon” abrió el Festival Diminuto en Los Veranos de la Villa de la mano de la cuidada programación de Territorio Violeta. Fueron dos sesiones bastante especiales, primero porque este espectáculo es de bebés y no habíamos vuelto a trabajar para este público desde el pasado febrero. De hecho, la primera sesión que nos suspendieron fue para bebés, luego vinieron todas las demás. Ya se imaginarán lo que fue esto, un elefante entrando en la cacharrería. Volver a contar para niñas y niños tan pequeños ha sido un balón de oxígeno, a pesar de ser agosto y Madrid, sinónimo de calor, y estar en la situación sanitaria en que nos encontramos. Los más pequeños han pasado su confinamiento como todos los demás, o más o menos como todos los demás, quizá se podría puntualizar. Pero no es el caso de esta entrada. Volviendo a que fueron especiales, se podrán imaginar el contraste entre los bebés a sonrisa descubierta y sus adultos de referencia con mascarillas. Entre la inocencia que, por fortuna, vive de espaldas al virus y la precaución de los que saben que está ahí. Fue bonito leer cómo los cuerpos de unos jugaban su papel innato y los de los otros se relajaban y salían del espectáculo, nos atreveríamos a decir, más vivos. Y eso que todas las medidas de seguridad sanitaria del Centro Cultural Conde Duque hacían del lugar y la cultura algo seguro, pero que a su vez no dejan de ser algo a lo que todavía nos estamos acostumbrando. Y que supone, cuando menos, cierto respeto.
Cartel diseñado por Juan Bruno
Dos días después nos desplazamos hasta Ahigal, en Extremadura, en la comarca de Trasierra – Tierras de Granadilla, para participar y vivir en su modesto y gran festival de narración oral. Y es que Días de Cuentos en Ahigal es un encuentro de gentes con ganas de escuchar historias y de cuentistas con ganas de contarlas.
En las ediciones anteriores estas sesiones para público adulto eran una prolongación de Días de Cuentos en Cáparra, que a su vez era una prolongación del Festival de Teatro de Mérida. Esta edición no pudo ser así. Aunque a decir verdad, los años anteriores ya era un festival modesto alejado de esos grandes festivales con múltiples sesiones y actividades.
Días de Cuentos en Ahigal es un festival coqueto que gracias al empeño y el valor de su corporación municipal; y la ilusión que Mariaje y Pep ponen en la programación y en hacer que las que contamos, los que narramos, estemos como en casa, porque acogen, cocinan y velan por ti. Decían Juan y Miguel, sus hijos, que esta cita veraniega empieza a resultarles un “campamento de narradores”. Y no les falta razón.
Todo lo que el festival tiene de modesto y coqueto lo tiene de grande en su público. La escucha está entrenada y es muy de tradición. No en vano es un pueblo en el que, como en tantos otros, se ha contado siempre. Se ha contado a la fresca de la calle en las noches estivales y en muchos otros espacios y momentos del día, seguro. No en vano tienen un folclorista y recopilador, José María Domínguez, que se encarga con sus compilaciones de mantener viva, aunque sea en papel, la memoria oral de todo un pueblo. Pueblo que acudió noche tras noche con puntualidad a escuchar historias. Que mantuvo la distancia social, cumplió con las recomendaciones sanitarias y que bajo sus mascarillas sonreían, enmudecían y reían si era necesario. Personas de ojos grandes y ganas de dejarse engañar por otras vidas contadas.
Toca acostumbrarse a esta nueva manera de escuchar y de contar. Toca integrar ambas acciones en el oficio, como tantas otras medidas o situaciones que nos depara este futuro incierto. Toca intentar poder vivir del cuento y con el cuento.