Una nueva andanada de sensaciones ha entrado en mí, tras la sesión que Carlos Viaga, este contador de cuentos, nos ha ofrecido esta noche en La Corrala de Alcalá de Henares.
Como él mismo diría esto tiene mandanga. Vaya que sí. En mi corta trayectoria de asistir a sesiones de cuentacuentos para adultos, jamás había escuchado algo parecido.
Originalidad, sensibilidad, simpatía, delicadeza, surrealismo y dinamismo. Contador y creo que un poco actor por los gestos y las caras que acompañan su narración. Por si fuera poco se acompaña de la guitarra. Actual, totalmente actual.
Se atreve a destacar el amor que el Soldado Raso Antúnez siente por la aldeana con solo atar unos cabos; también el amor de un esposo casi hastiado al que su mujer consigue volver a la vida y sacarle de la rutina, al vestirse de bailarina patinadora. Igual cuenta un cuento de una lavadora, como de un trozo de acero o un tornillo.
Es sorprendente en su introducciones, a modo de presentación de cada cuento pues más que centrarte parece que descoloca, pero al final todo cuada y encaja.
Es capaz de resaltar cómo las torpezas e inoportunidades pueden tener un feliz destino.
Se apoya en un simple microbio para hacernos creer en la autoestima.
Finalmente, y a todos al unísono nos hace reivindicar una simple cuchara de palo nacida en el 1850, para felicidad de toda una dinastía.
Sencillamente fabuloso. El público ha sido incapaz de pestañear ni un solo momento participando de pleno en esta, diría yo, celebración de bienestar.
Espero poder ver de nuevo a este cuentista.
Como él mismo diría esto tiene mandanga. Vaya que sí. En mi corta trayectoria de asistir a sesiones de cuentacuentos para adultos, jamás había escuchado algo parecido.
Originalidad, sensibilidad, simpatía, delicadeza, surrealismo y dinamismo. Contador y creo que un poco actor por los gestos y las caras que acompañan su narración. Por si fuera poco se acompaña de la guitarra. Actual, totalmente actual.
Se atreve a destacar el amor que el Soldado Raso Antúnez siente por la aldeana con solo atar unos cabos; también el amor de un esposo casi hastiado al que su mujer consigue volver a la vida y sacarle de la rutina, al vestirse de bailarina patinadora. Igual cuenta un cuento de una lavadora, como de un trozo de acero o un tornillo.
Es sorprendente en su introducciones, a modo de presentación de cada cuento pues más que centrarte parece que descoloca, pero al final todo cuada y encaja.
Es capaz de resaltar cómo las torpezas e inoportunidades pueden tener un feliz destino.
Se apoya en un simple microbio para hacernos creer en la autoestima.
Finalmente, y a todos al unísono nos hace reivindicar una simple cuchara de palo nacida en el 1850, para felicidad de toda una dinastía.
Sencillamente fabuloso. El público ha sido incapaz de pestañear ni un solo momento participando de pleno en esta, diría yo, celebración de bienestar.
Espero poder ver de nuevo a este cuentista.
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