Qué rabia da descubrir que la verdadera magia acompaña sólo a algunos pocos elegidos. Es como un aura que protege y alumbra, que sorprende y embelesa al resto de mortales. Esos que con envidia, captamos atentos el efluvio embaucador de los sueños.
Cuando Marina Sanfilippo pisó anoche las tablas del coqueto escenario de la Corrala -casi colgando el cartel de no hay billetes- ya supe que ella era una de esas personas especiales. Tocada con la varita de la magia e impregnada del poder de la palabra.
Qué bonito es descubrir que con sólo un acento diferente es posible escuchar las palabras de otra manera. Cobran vida y magia autóctonas. Cogen cuerpo de melodía que embriaga al cerebro, convirtiéndolo en adicto a la locura. Una magia que engancha casi hasta el límite de que no nos contasen nada…
Marina sorprendió llegando con ese aura de dama de los cuentos, en ese primer instante -coqueto- de subirse al escenario observando al público, callada, mientras se vestía con su chaquetilla a lo torero, como si afinara su instrumento de trabajo antes de lanzarse a la arena. Me encantó ese silencio repentino antes de cualquier historia, ese leve gesto agachando la cabeza para izarla enseguida convertida en narradora: “érase una vez…”
Paseó anoche Marina por el recurrente mundo de las abuelas, parece que compañeras inevitables de cualquier cuentista que se precie, ¡o se la invente!
Nos trajo historias de fantasmas, de capitanes ambulantes bebiendo ron hasta cansarse, para desaparecer después ante la fría noche de un puerto vacío. Nos regaló la historia de un rey desconsolado, incapaz de “atar” junto a él a su princesa, noche a noche, sin saber de dónde venía ni a dónde iba, pero sintiendo su cuerpo tan cerca como su corazón enamorado. Nos trajo sueños de juguete, divertidos, de un loco sano que en Correos envíaba olorosos regalos a la suerte…
Amigos, como resumen simplemente diré que ayer nos visitó -para mí- la dulce dama italiana del cuento. Todo un placer para los sentidos.
Y no puedo acabar despidiéndome de otra manera… ¡Nos vemos en los cuentos!
Gracias Légolas.
Cuando Marina Sanfilippo pisó anoche las tablas del coqueto escenario de la Corrala -casi colgando el cartel de no hay billetes- ya supe que ella era una de esas personas especiales. Tocada con la varita de la magia e impregnada del poder de la palabra.
Qué bonito es descubrir que con sólo un acento diferente es posible escuchar las palabras de otra manera. Cobran vida y magia autóctonas. Cogen cuerpo de melodía que embriaga al cerebro, convirtiéndolo en adicto a la locura. Una magia que engancha casi hasta el límite de que no nos contasen nada…
Marina sorprendió llegando con ese aura de dama de los cuentos, en ese primer instante -coqueto- de subirse al escenario observando al público, callada, mientras se vestía con su chaquetilla a lo torero, como si afinara su instrumento de trabajo antes de lanzarse a la arena. Me encantó ese silencio repentino antes de cualquier historia, ese leve gesto agachando la cabeza para izarla enseguida convertida en narradora: “érase una vez…”
Paseó anoche Marina por el recurrente mundo de las abuelas, parece que compañeras inevitables de cualquier cuentista que se precie, ¡o se la invente!
Nos trajo historias de fantasmas, de capitanes ambulantes bebiendo ron hasta cansarse, para desaparecer después ante la fría noche de un puerto vacío. Nos regaló la historia de un rey desconsolado, incapaz de “atar” junto a él a su princesa, noche a noche, sin saber de dónde venía ni a dónde iba, pero sintiendo su cuerpo tan cerca como su corazón enamorado. Nos trajo sueños de juguete, divertidos, de un loco sano que en Correos envíaba olorosos regalos a la suerte…
Amigos, como resumen simplemente diré que ayer nos visitó -para mí- la dulce dama italiana del cuento. Todo un placer para los sentidos.
Y no puedo acabar despidiéndome de otra manera… ¡Nos vemos en los cuentos!
Gracias Légolas.
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