Un “bien de altura” en la cabeza
(Raúl)
(Raúl)
Todavía huele mi pelo a orégano… Pensé esta mañana cuando me despertaba. Ayer salí del Café la Corrala -más allá de las once de una noche fría de otoño repentino- con una extraña sensación en la cabeza de querer esconderme en el rincón más cálido y oscuro de una gran tienda de especias. Para saborear tranquilamente el dulce aroma entremezclado de los besos de la persona amada. No sé si estaba soñando todavía…
El caso es que Marissa Amado nos llevó en la noche de ayer a un viaje por las alturas, mientras brindábamos todos juntos por una vida llena de buenos remesones. Desde su Perú natal, con ese acento casi caribeño que dulcifica los oídos, de sabor afrutado, nos quiso inundar con pequeñas historias que producen mal de altura: vértigo, mareo, cosquilleo en el estómago y otras sensaciones aparentemente nada agradables.
Pero… ¡qué sería de nosotros si no experimentásemos -al menos de vez en cuando- uno de esos vuelcos repentinos del corazón! Esos son los remesones: golpes en el alma que al final dejan el poso alegre de un bien de altura excitante en la cabeza. Por ejemplo, cuando te enamoras.
Así nos condujo Marissa hasta el lado mismo de su mamama -su abuela- contándonos historias de amores quinceañeros, quizás reales o ficticios, pero con la magia añeja del recuerdo y la imagen viva de su seductor Jorge Negrete a lo Paul Newman. Le siguió la historia de Manolo y su lista interminable de Reyes Godos, amigos inseparables en su vida y parapeto de sus dudas y de su particualr mal de altura.
Por último nos visitó Clemencia -la tia- sobrevolando los pecados virginales de la eterna amante desde el día mismo de la boda de aquel novio, mezclando oleres de alcoba furtiva y asumiendo su papel de mujer terca antes que puta…
Un placer para los oídos, sin duda. Y es que la magia de contar un cuento es la magia de poder vivirlo desde dentro. Ánimo Légolas, seguid adelante con esta iniciativa y gracias por haberme dejado escribir esta ¿crítica?
Nos vemos en los cuentos.
El caso es que Marissa Amado nos llevó en la noche de ayer a un viaje por las alturas, mientras brindábamos todos juntos por una vida llena de buenos remesones. Desde su Perú natal, con ese acento casi caribeño que dulcifica los oídos, de sabor afrutado, nos quiso inundar con pequeñas historias que producen mal de altura: vértigo, mareo, cosquilleo en el estómago y otras sensaciones aparentemente nada agradables.
Pero… ¡qué sería de nosotros si no experimentásemos -al menos de vez en cuando- uno de esos vuelcos repentinos del corazón! Esos son los remesones: golpes en el alma que al final dejan el poso alegre de un bien de altura excitante en la cabeza. Por ejemplo, cuando te enamoras.
Así nos condujo Marissa hasta el lado mismo de su mamama -su abuela- contándonos historias de amores quinceañeros, quizás reales o ficticios, pero con la magia añeja del recuerdo y la imagen viva de su seductor Jorge Negrete a lo Paul Newman. Le siguió la historia de Manolo y su lista interminable de Reyes Godos, amigos inseparables en su vida y parapeto de sus dudas y de su particualr mal de altura.
Por último nos visitó Clemencia -la tia- sobrevolando los pecados virginales de la eterna amante desde el día mismo de la boda de aquel novio, mezclando oleres de alcoba furtiva y asumiendo su papel de mujer terca antes que puta…
Un placer para los oídos, sin duda. Y es que la magia de contar un cuento es la magia de poder vivirlo desde dentro. Ánimo Légolas, seguid adelante con esta iniciativa y gracias por haberme dejado escribir esta ¿crítica?
Nos vemos en los cuentos.
MARISSA NOS TRASLADÓ HASTA SU TIERRA
(Mª Jesús)
El jueves 23 de Octubre fue la noche de Marissa Amado nacida en Perú. A pesar de los años que lleva viviendo en España, en sus historias se dejaban escapar palabras de su propia cultura: ir a comprar a los “abarrotes” (ultramarinos), jugar a la “polla” (hacer apuestas), saborear los “suspiros de limeña” (dulces típicos), sufrir el “soroche” (el mal de altura)... y así unas cuantas palabras y dichos más, q nos sugerían y evocaban esas tierras de su infancia. A la vez su acento y su calma en relatar las historias, llenaban el ambiente del bar de una nueva musicalidad delicada y sugerente.
Marissa nos trasladó hasta su tierra y nos presentó a su abuela, una mujer elegante y con carácter. Nos contó la historia de los pretendientes que rondaban a su abuela, en especial uno “feo pero el más rico del pueblo” que perseguía a aquella mujer. Nos describió aquel primer encuentro furtivo en una cocina y nos describió tan detalladamente las especies de la alacena que por un momento fuimos oliendo una a una: la canela, el romero, el comino....
Nos trajo después a un pueblo de Santander donde nació Manolo, un amigo de Marissa. Nos contó la historia de la infancia de Manolo y de su empeño por conocer el mar, que le llevó hasta el punto opuesto de la península, a Cádiz. Allí trabajaría haciendo velas y quedaría prendado por los colores de cada una de ellas. Más tarde volvería a su pueblo y allí unos nuevos colores llamarían su atención. Eran los colores vivos de unas figuras de vírgenes y santos sudamericanos traídos por un indiano de vuelta a su tierra, y que decoraban la iglesia. Y por desgracia, cuando la guerra civil estalló, Manolo acabó en la cárcel. Para evadirse de la dureza de su situación, Manolo dibujaba a las vírgenes de su recuerdo y hacía retratos... y esa seducción por los colores y el dibujo convertiría a Manolo en un pintor con el paso de los años.
Marissa nos contó una última historia toda llena de detalles. Y quizás lo que en un primer momento seduce, a lo largo del cuento satura, porque a veces Marissa se perdía en el detalle del detalle, se perdía en las enumeraciones, se perdía en el pasado, se perdía metiendo personajes que luego los dejaba perdidos en la historia... y todo ello entorpecía la narración y la alargaba demasiado, perdiéndose a veces el nudo de la propia historia. Pero demostraba tener una sensibilidad exquisita y ser buena contadora de historias, porque a la vez es una persona observadora y que disfruta escuchando a los demás, disfruta escuchando sus vidas que luego ella nos relata y nos acerca.
Quizás el público no tuvimos la paciencia suficiente para escucharla. Al empezar media hora más tarde por problemas de sonido, ya mucha gente estaba cansada de esperar... y cuando comenzó a contar sus historias y se perdía y se alargaba en los detalles, a muchos les costaba seguirla. Pero quizás sea también porque estamos acostumbrados a que todas las historias tengan que ser rápidas, cortas y con risas al final, y eso encaja con determinados productos televisivos o publicitarios... ¿pero tiene que ser igual en los cuentacuentos? Yo pienso que una historia larga pero contada con buen ritmo, que no rápido, puede ser una buena historia que te marque. Y prefiero la media sonrisa, a la carjacada enlatada y fácil.
Gracias Marissa por tu humanidad y que sigas encontrando a más personas a tu alrededor que te llenen y te enriquezcan.
Marissa nos trasladó hasta su tierra y nos presentó a su abuela, una mujer elegante y con carácter. Nos contó la historia de los pretendientes que rondaban a su abuela, en especial uno “feo pero el más rico del pueblo” que perseguía a aquella mujer. Nos describió aquel primer encuentro furtivo en una cocina y nos describió tan detalladamente las especies de la alacena que por un momento fuimos oliendo una a una: la canela, el romero, el comino....
Nos trajo después a un pueblo de Santander donde nació Manolo, un amigo de Marissa. Nos contó la historia de la infancia de Manolo y de su empeño por conocer el mar, que le llevó hasta el punto opuesto de la península, a Cádiz. Allí trabajaría haciendo velas y quedaría prendado por los colores de cada una de ellas. Más tarde volvería a su pueblo y allí unos nuevos colores llamarían su atención. Eran los colores vivos de unas figuras de vírgenes y santos sudamericanos traídos por un indiano de vuelta a su tierra, y que decoraban la iglesia. Y por desgracia, cuando la guerra civil estalló, Manolo acabó en la cárcel. Para evadirse de la dureza de su situación, Manolo dibujaba a las vírgenes de su recuerdo y hacía retratos... y esa seducción por los colores y el dibujo convertiría a Manolo en un pintor con el paso de los años.
Marissa nos contó una última historia toda llena de detalles. Y quizás lo que en un primer momento seduce, a lo largo del cuento satura, porque a veces Marissa se perdía en el detalle del detalle, se perdía en las enumeraciones, se perdía en el pasado, se perdía metiendo personajes que luego los dejaba perdidos en la historia... y todo ello entorpecía la narración y la alargaba demasiado, perdiéndose a veces el nudo de la propia historia. Pero demostraba tener una sensibilidad exquisita y ser buena contadora de historias, porque a la vez es una persona observadora y que disfruta escuchando a los demás, disfruta escuchando sus vidas que luego ella nos relata y nos acerca.
Quizás el público no tuvimos la paciencia suficiente para escucharla. Al empezar media hora más tarde por problemas de sonido, ya mucha gente estaba cansada de esperar... y cuando comenzó a contar sus historias y se perdía y se alargaba en los detalles, a muchos les costaba seguirla. Pero quizás sea también porque estamos acostumbrados a que todas las historias tengan que ser rápidas, cortas y con risas al final, y eso encaja con determinados productos televisivos o publicitarios... ¿pero tiene que ser igual en los cuentacuentos? Yo pienso que una historia larga pero contada con buen ritmo, que no rápido, puede ser una buena historia que te marque. Y prefiero la media sonrisa, a la carjacada enlatada y fácil.
Gracias Marissa por tu humanidad y que sigas encontrando a más personas a tu alrededor que te llenen y te enriquezcan.
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